sábado, 12 de julio de 2008

11 DE JULIO, LOS MUERTOS OLVIDADOS

Dentro del calendario cívico de México hay una fecha que no aparece en las agendas oficiales ni mucho menos en los discursos.

Ningún funcionario público monta guardia frente a una bandera a media asta, ni hay cobertura de prensa.

No hay Comisión de Derechos Humanos ni organización “no gubernamental” que saque el tema a colación, so pretexto para montar exposiciones o de plano cerrar calles y avenidas.

Me refiero a los militantes de la Unión Nacional Sinarquista que cayeron muertos por las balas y cuchillos asesinos de los esbirros del sistema despótico y extranjerizante que nos gobierna, concretamente durante las épocas mas aciagas de nuestra organización, que van desde su nacimiento en 1937 hasta mediados los años 40’s.

Paradójicamente, el primer caído de dicha organización en la lucha por Dios y por la Patria fue su fundador, José Antonio Urquiza, quien murió asesinado el 11 de abril de 1938, menos de 10 meses después de fundado el Sinarquismo, mientras esperaba el tren en la estación de Apaseo el Grande, Guanajuato.

El segundo mártir del Sinarquismo fue Adrián Servín, asesinado el 24 de diciembre del mismo año en la sierra de Querétaro. El régimen comunistoide de Lázaro Cárdenas perseguía a los propagandistas de la idea del Estado Cristiano y cuando era necesario matar para probar si con ese sistema exterminaban a la agrupación, se mataba. Ya había caído José Antonio en Apaseo el Grande, muchos sufrían cárcel y vejaciones. Otros, amenazas y represalias.

El tercer asesinado fue el periodista poblano José Trinidad Mata, un hombre locamente enamorado de México en cuyo grande corazón no había ya cabida para contener la amargura que le producía el abandono en que miraba se tenía a la Patria y al símbolo que la representa: la Bandera Nacional. Eran los tiempos en que el trapo rojinegro, bandera de la revolución proletaria, ondeaba en todos los edificios públicos y escuelas.

Gracias a su iniciativa presentada a sus lectores del periódico “Avance” difundió la idea de hacer que cada 24 de febrero los mexicanos de bien tributáramos honores ala Bandera tricolor, y para ello formó en Puebla el primer Comité pro día de la Bandera, quedando él al frente. La implacable rojería no miró con buenos ojos esta iniciativa patriótica, armó la mano de la antipatria y el 22 de abril de 1939, en la carretera México-Puebla fue encontrado, acribillado a tiros, el cuerpo exánime de José Trinidad Mata, con las manos asidas a un crucifijo.

El 10 de julio de 1939, en la ex Hacienda de Juan Martín, Celaya, los marxistas asesinos terminaron con la vida terrena de nuestros camaradas Gonzalo Aguilar, Eufemio Cano, J. Trinidad Camacho, J. Guadalupe Durán, Régulo Chiquito y Juan Jamaica. El “delito” o “pecado” que habían cometido estos nuevos testigos de la Fe en el resurgir de México fue haber llevado su mensaje de paz y de concordia, su mensaje de esperanza en un México grande y próspero en el que todos vivieran como hermanos.

La sed de la hiena en su versión autóctona, Huichilobos, era insaciable. Al día siguiente, 11 de julio, mientras los camaradas sinarquistas y el pueblo de Celaya se encaminaban al cementerio de Celaya para enterrar cristianamente a sus muertos, fueron heridos Teresita Bustos, Porfirio González, Jesús Mancera, Román Ronco y Manuel Lara Contreras (quien falleció posteriormente en el hospital), amén de muchos otros heridos. En total, 11 víctimas mortales. El nombre de los victimarios: Francisco Ruiz Alfaron, Jefe de la oficina Federal de Hacienda, y Leopoldo Jiménez, el alcalde en turno.

En el mismo lugar, Santa Cruz de Galeana, el 25 de febrero de 1940, Aniceto Perfecto Castillo, humilde y tenaz jefe municipal, organizó un acto para honrar en grande a la Bandera Nacional. Unas 5 mil almas escucharon con devoción los mensajes d elos oradores: el propio Castillo, y Alfonso Trueba y Juan Ignacio Padilla, delegados del Comité Nacional. Terminada la fervorosa asamblea se organizó un desfile y la muchedumbre que participo en él fue masacrada. Doce abanderados cayeron en esta jornada. De dentro de sus camisas blancas brotaron hilillos de sangre para bordar sobre ellas 12 rosas rojas que ofrecieron a Dios en ramillete como testimonio de su fe y de su amor a México.

Basta la anterior reseña para darnos cuenta de cómo fueron los primeros años del Sinarquismo, y de cómo, al igual que con el cristianismo, la sangre de los mártires fue semilla de nuevos sinarquistas comprometidos con la causa de México.

Es por ese motivo que los sinarquistas celebran el 11 de julio a sus militantes caídos caídos.

Ahora que la prensa falsaria y disoluta habla tanto de la “izquierda democrática” y de la “izquierda moderna”, y entre los intelectuales amorales y mediocres está de moda “ser de izquierdas”; ahora que nos dicen que “la lucha de la izquierda es por la libertad”, es cuando más presente debemos tener que, como atinadamente dijo el Papa Pío XI en 1937, el comunismo marxista es “intrínsecamente perverso”.

Para los asesinos, ni olvido ni perdón.

Para los más de 100 caídos sinarquistas, como dice su Canto de Lucha FE, SANGRE Y VICTORIA: “Sus despojos, yacentes, más sus almas, presentes, en los puestos de lucha siempre están. ¡Los caídos! ¡P-R-E-S-E-N-T-E-S!